He vuelto al bar. Las luces rojas insultan el borde de mi copa cuando mis labios no besan el amargo licor que, a mi pesar, me hará perder más el equilibrio que la jodida memoria. "¿Quién soy?" se repite como un eco en mi cabeza. "¿Por qué sigo aquí?", "estaría mejor sola", "no quiero a nadie ahora", "¿por qué están todos felices menos yo?", "¿por qué s i g o a q u í . . .? Y bebo.
Vuelvo con todos, "todo va bien" (¿todo va bien?). Me río. Hablo. Bebo. Escucho la música de fondo. Y me río de mí. Como quitándole importancia me acerco a quien creo que me va a entender, le explico que algo va mal en mí pero que convivo con ello, que estoy bien y que qué bien le sienta esa camiseta. Creo que solo le ha importado eso último. "Está pensando, ¿va a contestarme?". Ha empezado la frase con un "pues yo...", creo que es de esas personas con el síndrome de "yo más", que hasta en el fracaso necesitan ganar. He dejado de escuchar, volveré a sonreír, asentir y beber.
¿Ya ha pasado tanto tiempo? Debería volver a casa. No he hablado en toda la noche pero en el momento en que digo que quiero irme me piden que me quede, qué típico. "No".
Estoy volviendo, llevo las llaves entre los dedos porque en cualquier momento ese hombre tan simpático decide hacer un comentario sobre lo bonitas que son mis piernas.
Por fin llego. Viva (más o menos). Y ya empieza. Un baile de opiniones taconea en mi cabeza provocando mis migrañas. Me respondo "no lo sé" a todas mis preguntas. Solo quiero dormir y que descansen mis inseguridades. Cierro los ojos y me sumerjo en mis pensamientos. Me esfuerzo por recordar mis virtudes como si eso hiciera desaparecer mi odio.
Y me canso. Siempre me canso. Y es ahí cuando me dejo caer en el vacío. Ya no pienso, no opino, no siento, no me exijo. No estoy feliz, ni triste. No estoy. No soy. No nada.
N
O
Por fin llego. Viva (más o menos). Y ya empieza. Un baile de opiniones taconea en mi cabeza provocando mis migrañas. Me respondo "no lo sé" a todas mis preguntas. Solo quiero dormir y que descansen mis inseguridades. Cierro los ojos y me sumerjo en mis pensamientos. Me esfuerzo por recordar mis virtudes como si eso hiciera desaparecer mi odio.
Y me canso. Siempre me canso. Y es ahí cuando me dejo caer en el vacío. Ya no pienso, no opino, no siento, no me exijo. No estoy feliz, ni triste. No estoy. No soy. No nada.
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